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Hace unos meses Doña Elena decide iniciar una rutina que involucra ejercicio y alimentación sana. Para su fortuna empezó a relacionarse con personas que tienen las mismas expectativas y una de ellas le recomendó una Biotienda donde podía encontrar alimentos saludables. Pasó por allí y quiso ingresar al lugar, pero un joven le advirtió que debía esperar 10 minutos para que fueran las 12 del mediodía, hora en la que abrirían sus puertas; fue muy amable, le preguntó si era la primera vez que los visitaba y le ofreció que se sentara en las mesas del lado externo mientras daban apertura, razón por la cual decide esperar. Cinco minutos después llegó una familia de unas seis personas, una pareja de edad, dos señoras y otro hombre sin compañía.

A las 12 en punto abrieron las puertas, las personas que habían llegado y que estaban esperando ingresaron y fueron saludados algunos por su nombre, mientras Doña Elena se quedó sorprendida de la cordialidad como se saludaban entre clientes y el personal de servicio.

Al ingresar le estaba esperando el joven que le había dado información hace diez minutos, ahora estaba impecablemente vestido de uniforme y con una placa dorada en su pecho que decía su nombre. La invitó a conocer la tienda, le mostró uno a uno los productos de los estantes (los quesos y mantequillas sin lácteos, los panes artesanales, los cereales integrales, los postres sin azúcar y los productos horneados sin gluten), luego le mostró cada uno de los platos de la carta del restaurante.

La verdad, ella solo había pasado para conocer el sitio que le habían recomendado, no obstante, al recibir tremenda atención, no pudo resistirse a comprar algunas cosas y a despedirse, no sin antes prometer que volvería para degustar alguno de los platos de la carta en el restaurante.

Salió del lugar esbozando una sonrisa de felicidad y se sentó de nuevo en una de las mesas de la parte externa del local para degustar uno de los productos que compró mientras observaba como uno de los jóvenes permanecía en la parte externa del restaurante, saludando uno a uno a los clientes que seguían llegando casi como si estuvieran ingresando a su propia casa.

La experiencia que Doña Elena vivió fue sensacional y, para terminar, una vez se paró con el empaque vacío de lo que había consumido, el joven que está parado frente a la puerta le sonríe y le dice: – “Señora, ¿me permite le recibo el empaque?, yo lo llevo a la basura”. Aún no era cliente, solo fue una compradora ocasional, sin embargo, la experiencia positiva y memorable que vivió en aquel establecimiento, hará que en poco tiempo… regrese para quedarse.

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